Yo soy mi propia mujer (Tiempo de Memoria) (Spanish Edition) by Charlotte von Mahlsdorf

Yo soy mi propia mujer (Tiempo de Memoria) (Spanish Edition) by Charlotte von Mahlsdorf

autor:Charlotte von Mahlsdorf [Mahlsdorf, Charlotte von]
La lengua: spa
Format: azw3
editor: Tusquets Editores S.A.
publicado: 2023-09-13T00:00:00+00:00


Vivía fundamentalmente de mi sueldo de colaborador del Museo de la Marca.15En 1949 empecé a trabajar en él como auxiliar sin contrato y me pasé varios años recogiendo escombros. Un día me llamó aparte el director de la institución, el catedrático Walter Stengel, por quien siempre sentí verdadera veneración.

—Mire —me dijo—, usted ha nacido para trabajar en el museo. En tres años podría pasar de botones a conservador.

Y así fue. Me dediqué a clasificar los fondos del museo y a restaurar aparatos musicales. Desarmaba relojes para luego volverlos a armar, tal como había aprendido a hacer con el viejo relojero de Köpenick cuando tenía diez años.

—Los tres marcos y cincuenta pfennige del arreglo puedes ahorrártelos —me dijo amablemente el día que aparecí en su tienda con una péndola averiada—. Ven para acá, rapaz, que te enseñe lo que hay. ¡Pero si a este reloj no le pasa nada! Lo único que hay que hacer es poner un compensador nuevo, limpiarlo y engrasarlo.

Dicho y hecho. Y la verdad es que el reloj de marras todavía sigue andando.

Entretanto el museo me ofreció un contrato fijo y remunerado que siguió en vigor hasta 1971. Por esa época me invitaron un buen día a una fiesta. Yo agarré el primer vestidito que pillé, me coloqué una peluca, y pasé una velada deliciosa. Entre los invitados estaba también uno que trabajaba en el departamento de teatro del Museo de la Marca, una buena persona, que a los pocos días, durante la hora del almuerzo, no tuvo reparos en comentar con nuestros colegas la «exótica» experiencia que había presenciado:

—¡Y lo mona que estaba nuestra Lottchen en la fiesta con su peluca, su vestido azul y su collar!

El comentario era en realidad totalmente inocente, pero sus consecuencias no pudieron ser más lamentables, pues otro colega aprovechó para denunciarme. Unos días más tarde, a los pocos minutos de empezar la jornada, fui citada al despacho del director interino, un miembro del SED16llamado Manfred Maurer. Cuando entré, se hallaba sentado ante su escritorio.

—Camarada Berfelde —dijo en tono malévolo—, siéntese.

«¡Uy», pensé, «esto me huele a chamusquina! ¡No puede significar nada bueno!» Lo cierto es que tendrían que haberme estado agradecidos, pues muchas veces me quedaba a trabajar más tiempo del debido, limpiando los cristales y fregándolo todo.

—Tengo entendido que el pasado fin de semana estuvo usted en una fiesta vestido de mujer —comentó. Antes de decir «vestido de mujer» hizo una breve pausa, al parecer como si le faltara el aliento de pura indignación. En su voz podía oírse literalmente el asco que le producía todo ello: no se limitó a pronunciar aquellas ominosas palabras. Las vomitó.

Íntimamente me sentía molestísima —al fin y al cabo, ¿qué le iba ni qué le venía al museo mi vida privada?—, pero por fuera permanecí de lo más amable.

—¡Ay, pues sí, no se equivoca! ¡Llevaba un vestidito azul cielo, una peluca rubia y un collar de perlas! ¡Cuánto me divertí!

El camarada Maurer carraspeó azarado.

—¡Sí, claro, las nuevas leyes de 1969! ¡Pero no olvide que



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